sábado, 4 de febrero de 2012

Rascacielos... J.G. Ballard (1975)




   Si una virtud tiene Ballard es la de conseguir que el lector entre en un estado de inquietud que no le abandona en toda a lectura.
No se trata del suspense de las obras de intriga ni el escalofrío prolongado de las historias de terror. Es algo más insidioso aún. Ballard retuerce la realidad cotidiana de forma que todo aquello nos que parecía sólido y monolítico se convierte en algo frágil y fácil de destruir. Todas la convenciones, todas la convicciones, todo en lo que se asienta la organización social, se desintegra página a página hasta, en cierto modo, desembocar en una embrutecida estructura tribal.
Los individuos tampoco se salvan de caer en una cada vez mayor degeneración. Las barreras y formalismos conscientes e inconscientes que marcan la relaciones individuales se desmoronan, y el personaje, lejos del correcto, y un tanto reprimido, occidental acomodado que empezó siendo, se transforma en un ser, más que primitivo, bestial.
En RASCACIELOS el proceso se muestra paso a paso, tanto desde el punto de vista social como el individual. Desde la perspectiva de un médico, un realizador de televisión y el arquitecto que construyó el edificio, Ballard describe con precisión el proceso de embrutecimiento y la destrucción de valores que los habitantes del edificio, abandonados a si mismos, llevan a cabo.
Los límites que marcan el descenso a los infiernos, sin embargo, son sutiles, casi imperceptibles. El Edificio, convertido en toda un alegoría de la estructura social de los empleados de alto nivel y profesionales liberales, tiene sus propias fronteras naturales, el piso 10, con los servicios comunes (piscina, gimnasio, escuela, supermercados, comercios) marca la frontera entre el abajo poblado por enfermeras, azafatas, técnicos y contables y el arriba, donde médicos, abogados y profesionales liberales se permiten mirar a sus vecinos con un cierto desprecio.
Más arriba, el piso 25 marca otra frontera, más tenue aún, ahí es donde empiezan los apartamentos de lujo de actores, presentadores y rentistas en general. Tiene entrada privada, no hay mezcla con la chusma de los pisos inferiores, ni los profesionales del nivel intermedio. Y en ático del piso 30 vive el Creador, el arquitecto que diseñó y financió en parte el edificio, el vértice de la pirámide social.
Son los conflictos por el uso de las zonas comunes, un inconsciente deseo de pasar al otro lado de la frontera, al lado socialmente más elevado y prestigioso, y el desprecio de los habitantes de los pisos altos por los de la parte baja del edificio, los que mueven a toda esa serie de personajes correctos y educados a molestar a sus vecinos con fiestas extemporáneas, actos cada vez más vandálicos y, finalmente, agresiones que van desde los insultos del inicio del proceso a los inevitables asesinatos del final.
El Edificio se va pudriendo poco a poco, la luz y el agua se cortan, los ascensores dejan de funcionar sin que nadie se haga cargo de solucionar los problemas, el vandalismo corroe la estructura del rascacielos, las basuras se amontonan en los pasillos, los habitantes se organizan en hordas levantando barricadas para evitar que las hordas rivales invadan su territorio, el caos se hace dueño del Edificio.
Y en el exterior nadie sabe nada. Los habitantes del rascacielos siguen acudiendo a sus trabajos, la inexistencia de denuncias hace que la policía no intervenga. Paulatinamente el Edificio se convierte en un mundo aparte, sin contacto con el exterior, hasta llegar al total aislamiento.
Quizá no sea el libro mejor escrito de Ballard, ni con toda seguridad el mejor traducido (me costó cierto tiempo darme cuenta que los contadores eran, en realidad, contables) pero al igual que enCRASH o LA ISLA DE CEMENTO muestra la cara más oscura del individuo y lo frágiles que son las reglas de juego sobre la que se asienta la convivencia en este mundo que nos ha tocado vivir.

Publicado originalmente en Sitio de Ciencia Ficción.



40 pisos de alto. 1000 apartamentos. 2000 personas.
Así es el edificio. Un pequeño pueblo dispuesto en vertical, con todos sus servicios: tiendas, peluquerías, piscinas… incluso una escuela. Un micromundo, un Londres dentro de Londres. De no ser por la necesidad de tener que trabajar, sus residentes no tendrían nunca que abandonar el rascacielos.
Pero pronto las cosas empiezan a cambiar. Pequeños actos de violencia, crueldades menores, que se van magnificando y, curiosamente, inicialmente se disponen según capas sociales. En lo más alto, los pisos superiores, los que ocupan los residentes más ricos. Abajo del todo, los pisos de aquellos menos pudientes (pero que aún así se han podido permitir el lujo de comprar una de esas viviendas, claro). Y en medio, una tremenda zona de clase media.
La novela va contando las diversas historias de distintos residentes. Todos ellos hombres (la reacción de las mujeres, sin ser necesariamente menos violenta, parece orientarse de otra forma), lo que explica la profusión de símbolos fálicos (uno de los personajes se pasea por ahí con una cámara en mano que en realidad apenas usa), su tendencia a expresarse sexualmente (con muchas referencias al miembro viril y también tendencia a interpretar los obstáculos como impotencia sexual), cada uno representando su estrato social concreto, cada uno reflejo de sus circunstancias. Uno aspira a ascender por todo el rascacielos, hasta llegar al piso superior y demostrar así su hombría. Otro, que ya vive en lo más alto, aspira a enfrentar a unos contra otros para mantener su posición dominante. El psicólogo de clase media aspira aparentemente a ser señor de su propio piso.
Poco a poco la situación va degenerando. Las grandes divisiones iniciales se fragmentan y el edificio acaba formado por tribus distribuidas por pisos. Pero al final, sólo quedan viviendas individuales. La violencia se vuelve cada vez más feroz, más fundamental, más simbólica. El enfrentamiento es casi siempre físico, porque lo que importa son las heridas ejercidas con la misma acción de los músculos. Destaca la ausencia casi total de armas de fuego.
La novela no plantea que el ser humano sea incapaz de vivir en sociedad. No. Lo que plantea es que el ser humano no quiere vivir en sociedad. La civilización no es más que un escenario, un armazón endeble de tablas carcomidas que desaparece con facilidad. El mundo violento del rascacielos es el mundo real, el mundo exterior de orden social es la fantasía. Y lo que sucede en su interior es precisamente lo que sus ocupantes desean que suceda. La violencia regresa porque nunca se fue y porque es lo ansiado: el enfrentamiento crudo de la carne contra la carne. Por eso nadie recurre a la policía, nadie hace nada por hacer que el orden exterior retorne.
El edificio se basta a sí mismo.
En una entrevista incluida en el libro, Ballard comenta que su experiencia bélica (cuando era niño pasó un tiempo en un campo japonés para prisioneros) le enseño precisamente eso, que la civilización se puede evaporar en cualquier momento. La inestimable Wikipedia, siempre dispuesta a ofrecerte un punto de vista y el contrario, le cita también hablando con ciertos tonos positivos de su experiencia bélica. Sin embargo, es bien sabido que los niños no tienen el mismo concepto de la tragedia y la aventura que los adultos, y que los desastres pueden resultarles experiencias emocionantes. Pero en realidad, en el contexto de la novela, no hay ninguna contradicción. Los personajes a los que seguimos hacen justo lo que quieren hacer y probablemente, de molestarse en expresar su opinión, describirían sus experiencias como fundamentalmente positivas. Una especie de “es una batalla salvaje y primitiva, pero es nuestra batalla salvaje y primitiva”. Las cicatrices para ellos son honrosas medallas.
El edificio es la causa de todo lo que sucede. Su verticalidad hace evidente diferencias sociales que normalmente estarían más ocultas, deja claro que hay alguien por encima, que la superioridad social es también física. Por otra parte, el edificio es un entorno tan perfecto, tan cerrado en sí mismo, que libera a sus ocupantes de cualquier responsabilidad (una comparación que hacen algunos personajes es con una prisión… otro prefiere hablar de zoológico, un espacio artificial diseñado precisamente para que los animales se comporten como en su entorno natural). Paradójicamente, la existencia moderna y tecnológica del edificio es lo que permite el regreso de la violencia ancestral.
Pero High-Rise no es una novela sobre el pasado. Todo lo contrario. El edificio es parte de un complejo de cinco y fue el primero en concluirse y ocuparse. Lo que sucede en él es simplemente, dentro de los parámetros de la novela, lo que está condenado a suceder en los otros. Su destino es el destino final de la civilización. High-Rise es una novela sobre lo que sucederá en el futuro.
Yo sólo espero que se equivoque.
High-Rise expresa, con un tono casi alegre que se ajusta muy bien a los protagonistas, el pesimismo más total sobre la condición humana.
publicado originalmente en pjorge.com

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