lunes, 6 de febrero de 2012

Eduardo Haro Ibars...


EDUARDO HARO IBARS... por Javier Memba

Siendo el maldito por excelencia de la movida madrileña, Eduardo Haro Ibars ha merecido el recuerdo emocionado de cuantos han evocado aquellos años públicamente. Siendo también uno de los principales representantes de aquella cultura, inspiró aquellos versos en los que se leía "Han decidido/ que tu sitio lo ocupe otro bandido", que le dedicara Juan Pablo Silvestre meses después de su fallecimiento. 

Pero de cuantas palabras han ido a glosar su obra, las más concluyentes fueron las pronunciadas por Alaska en 1982 -vivo aún el escritor- durante una entrevista concedida al número 3 de la revista "Total". En ellas, la singular cantante afirmaba respecto a "Gay Rock", primer libro de Haro Ibars, que su lectura le impresionó tan profundamente que iba por su casa diciendo: "Mamá, quiero ser un chico para ser maricón". 

Hijo y nieto de escritores 

Nieto del periodista y comediógrafo Eduardo Haro Delage e hijo del periodista y ensayista Eduardo Haro Tecglen, Eduardo Haro Ibars nació en Tánger en 1948. Al igual que Leopoldo María Panero, durante mucho tiempo su compañero de gracias y desgracias, Haro Ibars es uno de los más genuinos representantes de esa generación de jóvenes españoles que, de la aventura de la clandestinidad antifranquista, pasan a la de las primeras experiencias con las drogas. 

Si bien es cierto que sería la toxicomanía la que acabaría provocando su prematura muerte en 1988, cumple dejar aquí constancia de que aquellas experiencias con las sustancias tóxicas no mermaron un ápice de su lucidez a este lado de las puertas de la percepción. Así, desde bien joven, Haro Ibars se convertirá en uno de los más críticos analistas de la realidad en los distintos medios de comunicación con los que colabora. Pero su primera vocación siempre fue la poesía. 

Al ya aludido "Gay rock", aparecido en 1974, le sigue una colección de versos publicada en 1978 bajo el título de "Pérdidas blancas". Tras ella aparecerán los poemarios "Empalador" (1980), "Sex Ficción" (1981) y "En rojo" (1985). 

Primeros versos sobre la heroína 

Según se lee en la contraportada de este último, se trata de un libro "difícil y desigual: desigual, no en cuanto a la calidad, sino por la diferencia formal y temática que hay entre los poemas que lo componen; difícil porque exigen un esfuerzo al lector para penetrar en el mundo particular del autor". Será Haro Ibars, junto con Leopoldo María Panero, el primer poeta español que escriba poemas sobre la heroína. El llamado "caballo de la muerte" ocupará asimismo un buen número de páginas en "¿De qué van las drogas?", texto de divulgación publicado en 1978. 

A comienzos de los años 80, el poeta se da a conocer como narrador con la publicación de algunos relatos de ciencia-ficción. Años después con la publicación de "El polvo azul -Cuentos del mundo eléctrico-", que inauguraría en 1985 la colección de Ediciones Libertarias dedicada a la nueva narrativa española, apuntaría: "Lo que escribo ha de verse como separado de cualquier tipo de escuela o capilla que en este momento funcione. Digo esto con el mayor respeto hacia mis contemporáneos; pero espero que ese respeto me permita, siempre, tomar distancias". 

Con anterioridad, mientras colabora en TVE, "Diario 16", "Liberación" y numerosas publicaciones, sus versos son musicalizados por la Orqueta Mondragón y algún que otro grupo de la entonces incipiente movida. Es distinguido con el premio Micrófono de Oro concedido por la sala Rock-Ola, referencia obligatoria en el Madrid de aquellos días. 

Cuando muere en 1988, uno de sus poemas -"Pecados más dulces que un zapato de raso"- ha dado lugar a una de las grandes canciones de Gabinete Caligari.



ALGUNOS POEMAS Y ESCRITOS:
El muchacho eléctrico


Para Eugenio, Jaime y Fernando, en
un albor de inventos sonoros.

ciertas formas de bar caliente diorama
siempre avanzamos en círculos polifonía estrecha
Madrid se estremece como un animalito
es agua Asesinado el Muchacho Eléctrico en cualquier parte
sólo queda lo gris lo submarino
infinitos gaseosos en torno al Bar Humano
bola contra bola de metal asesino
las glándulas generan
recuerdos como aquellos labios muertos Lotte Lenya
sonríe desde su viejo cliché
una estatua otra estatua y mil estatuas
o sombras o recuerdos luces y pulsaciones
de un astro en la ventana
y hay cuerpos muy calientes lo recuerdas
sin matriz así la mano blanda
se retuercen los pocos que están ahí copulan
mueren los ciegos en sus garitas transparentes
entrañas arrancadas y olor a niebla matinal sin sangre
bocas abiertas a las puertas de un solo
que no calienta más que mármoles
sus piernas milagro de leche y un libro abierto recuerda
él ya murió se lo dijimos es la cámara de torturas un lugar sombrío
junto al monte de Venus -verdad del rinoceronte
junglas de terciopelo- no no recuerdas nada
pero existe una línea directa tendrás pecho y vientre
crepúsculos de muchacho eléctrico una bandada de ojos oh qué lejos
nubes vendidas al mejor postor en los escaparates ciudadanos
es todo igual
y siempre habrá cerveza en tus cabellos


[De Pérdidas Blancas (1978)


Sex Fiction


Ballenas perfumadas paseamos cruzando el hilo de la muerte
Los heridos parecen haber roto sus ataduras
y salimos tranquilos viejos planetas rotos
por paredes de noche hacia el barco que espera

Niños muertos cadáveres de sencillas sonrisa
Llueven plomo musitan palabras que son máscaras
Ponen gafas de niebla y de té
para ocultar el deseo que informa nuestras tardes y todas nuestras noches
Hierve el agua en sus teteras intentamos el sexo más nuevo
y dormimos en camas de siempre espacio yerto

Cocodrilo del aire mi viejo amigo el saurio
se oculta en todas las esquinas y sólo exhibe
su sonrisa en los pliegues

Por las calles vigilan enemigos de un tiempo que antes estaba vivo
y los templos dormidos se estremecen en brillos

Ametrallada la noche
se descubre sin horas
y engarza en los cuerpos


Del heroísmo y de los héroes.


¿Quién o qué es un héroe? Hay defininiciones para todos los gustos, desde la de Carlyle -una tontería que ni mi interesa ni quiero citar hasta la de Fernando Savater, otra tontería que cito de memoria: según él, el héroe es el que hace lo mejor en el mejor momento, o algo así. Para mí, nada de eso: el héroe es, ante todo, el que no tiene miedo de nada y, sobre todo, no teme en absoluto a su propia muerte. Por eso he elegido, para ilustrar a mis héroes el momento de su muerte: el momento en que se enfrentan con el final inevitable, y cómo saben llevarlo. Por ello, quizá sorprende un poco la elección de mis personajes, no considerados, por lo general, heróicos: Luis II de Baviera, "El rey Loco" (¿Loco?, bueno...), Nerón, Drácula, Lawrence de Arabia y otros por el estilo. Un bien o mal intencionado amigo -con los amigos, nunca se sabe- me aconsejó titular este libro "Grandes gamberros de la historia". Pero, no; aunque estos semidioses de que hablo sean a veces destructivos, e incluso autodestructivos, no son gamberros: porque han sabido edificar, a lo largo de su vida -turbulenta o en apariencia sencilla- el gran castillo de su muerte, y han paseado por él, por sus salones fríos y llenos de espejos, siempre.


Otra de las características de la heroicidad, es que es una virtud bélica; para el presocrático, la guerra es el padre-madre de todo; y, si entendemos por guerra, ese estado de tensión constante en que vivimos todos, o casi todos, o, por lo menos, quienes nos tomamos el duro trabajo de pensar en las cosas, la frase resulta muy certera. El héroe es un guerrero, en el sentido que a esa palabra da Carlos Castaneda -o Don Juan, ¿qué importa?-: un hombre siempre alerta, que sabe que hay que defenderse, que todo es acechante y, muchas veces, dañino, maligno, espantoso. Y hay que estar preparado para esa muerte que acecha, como tan bien supo ver Jean Cocteau, tras todos los espejos, o cinco pasos detrás de nuestro hombro izquierdo, citanto de nuevo a Castaneda. Así que, por favor, basta ya de heroísmo al revés, de heroísmo pacifista mal entendido; porque puede ser bueno, sabio y hasta heróico, oponerse a determinadas guerras, pero no a La Guerra, a la guerra que está en todos nosotros y que vivimos día a día; "polemos" no es sólo guerra, en el sentido de pueblo contra pueblo -o, más bien, como ha sido hasta ahora, de gobierno contra gobierno- sino disensión, lucha, enfrentamiento a fuerzas superiores o distintas, e incluso revolución.

El culo del mundo.



“Estamos en el Culo del Mundo” dice Eugenio Frigo: “Podemos salir a dar una vuelta.”

“El Culo del Mundo. Sí, Madrid es el culo del mundo. O del Cosmos; puedo escribir una canción sobre eso”, reflexiona Lulú, ese gitano verde que dice “cicodelia”, y finge un acento vandalusí, cuando es más madrileño que mis cojones. Piensa en su novia Rhalina, pero se le superponen imágenes de Myriam de la Selva, incitante y desnuda en su traje de luces. No sabe haberla visto, no recuerda las escenas en el laboratorio de Ingenios Silvestres; pero siente en torno a su pene una cálida caricia de deseos mortales. Y Madrid (Parque de Atracciones) es el Culo del Mundo, la parte carnosa y deseable de las nalgas, pero también el ano, “Los Ojos dejan Huellas”, por el que se expulsan a las tinieblas exteriores todo lo que en las tinieblas interiores se ha ido gestando laboriosamente: imágenes de un tiempo más rico en prohibiciones, de un país sumido en la desesperación, de un mundo que cabalgaba, sin saber domeñarlo, un dragón chino de la suerte…

“¿Vuelta a la montaña rusa?” sugiere Yaki.

El fantasma de Keith Agrippa se hace visible: es humo condensado de churrerías, gato de callejón cuya voz hace estremecerse a matronas y pederastas: voz de hijo golfo, de chulo bandido que todos quisieran tener cerca un rato, y luego desentenderse de él y de todos los problemas que presagia esa voz ronca, adolescente, canalla y con deje de clase despectiva a la vez. Y dice:

“¡Venga ya, tíos! Tenemos aquí el ‘Enterprise’, que es mucho mejor, aunque todos seamos Anti-OTAN.”

[De
 Intersecciones (1991)]


¿Adios a la vida?

Para José Luis Téllez

Cuando el amable antaño desayuno
(comparto reina corazones rojos
y picas negras y tréboles negros
luego diamantes rojos otra vez y Blanca)
el suave Nescafé por la mañana
deja un regusto de podrido y falso
y el chocolate mismo de la noche
(alta madrugada Se vislumbran
ya rosas contra el aire rascacielos
y llaman las sirenas a gritos como siempre como todos los días
al cotidiano fatigar de muchos)
no borra los temblores ni el desastre
de la noche sin sueños pesadilla
despierta sin efectos especiales
Cuando el sexo no tiene la tranquila
Suavidad del humo tan libre y escogido
y la soledad misma está poblada
de insectos vertebrados horrendos y poseedores
de vocecillas malas que ni siquiera insultan
sino repiten nadas y nonadas
Y el corazón funciona con horas de adelanto
y los peces se ahogan en sus estanques
pues que sal en el agua o minerales
Cuando –en fin- me descubro
a escondidas fusilo mis ideas
pues se agotó mi pluma y no hay recambio
es una triste gracia este pijama
Y es un lugar común este poema
¿Es hora ya de ser Cavaradossi?



Eduardo Haro Ibars. Los pasos del caído

por J. Benito Fernández


·      Publicado el 12/05/2005

“Uno no se siente nunca maldito, sino que se le maldice”, afirmaba el maldito por excelencia, Eduardo Haro Ibars (1948-1988). Vampiro de sí mismo, drogadicto y bisexual, eterno Peter Pan, Haro Ibars fue el antihéroe de la movida, poeta oscuro de un tiempo perdido por las drogas y el sida. Porque Haro Ibars no supo sobrevivir a su personaje. Un personaje al que desnuda J. Benito Fernández en Eduardo Haro Ibars: Los pasos del caído (finalista del premio Anagrama), que aparece la próxima semana y del que adelantamos dos fragmentos sobre el malditismo y sobre su agonía y muerte.


Los nuevos narradores Javier Barquín y Eduardo Haro Ibars aparecen el 28 de agosto en el programa Vaya tarde de Televisión Española, entrevistados por ángeles Caso. Empeñado en desmentir su aura de maldito, Eduardo insiste una y otra vez en que tanto Barquín como él son heterodoxos o raros, que llegan a la gente que quieren, que jamás pretendieron ser el millonario autor Harold Robbins y que al menos él nunca tuvo problemas para publicar. “Uno no se siente nunca maldito, sino que se le maldice. Entonces sí, es posible que alguien terrible me maldiga o me insulte o me haga el mal de ojo. Pero yo no me siento en absoluto nada maldito. Considero que soy un profesional, que hago mi trabajo lo mejor que puedo y si se rechaza... Siempre ha habido quien rechaza el trabajo de los otros y siempre hay quien lo aceptará. Espero”, ilustra el poeta.

Madrid bulle en cocaína. Durante la noche los aseos de los locales de moda están atrancados, y cuando quedan libres, los usuarios se toquetean las fosas nasales casi como un tic. Existe una clara frontera entre las discotecas glamourosas con férreo control de entrada como Archy, en Marqués de Riscal, o Amnesia, entre las catedrales de las finanzas del paseo de la Castellana, y los recintos cutres de Malasaña. Solamente El Sol mantiene una clientela interclasista, entre la que se encuentran Blanca Uría [su último amor, muerta también por culpa del sida] y Eduardo Haro Ibars.
[...]
Informado de la situación de Eduardo, Francisco Umbral le pide permiso a su amigo Haro Tecglen para publicar una necrológica anticipada de su primogénito. Después de darle su consentimiento, el 25 de julio padre e hijo leen juntos la nota umbraliana que encabeza un desnudo “Haro Ibars” y que comienza así: “Eduardo, amor, no te me duermas ahora que vengo a visitarte con la prosa”. Luego de múltiples elogios al escritor moribundo, Umbral vuelve a despertarlo: “No te me duermas ahora, poeta Ibars, cuando te llega mi carta tipográfica y triste, no dejes que se te vaya el santo laico al cielo de los poetas malditos. Escúchame, léeme un momento, sabes que este retablo, este escritor profesionalizado, instalado o contrainstalado, aprende de ti cada día, cada noche diurna, y hubiera querido realizar tu modelo mejor que ningún otro, el modelo erguido y desguazado, que a veces se me aparece, siempre en horas de deshora, en un café falso de espejos y violento de vino”. Y concluye con una petición: “(Dile a Blanca que te lea esta columna, amor)”.

Alguien proporciona bastantes ampollas de morfina para evitar el dolor en caso de necesidad. Están guardadas en Augusto Figueroa, aunque, con el trasiego de gente que tiene el piso, a veces desaparecen algunos envases. El doctor Laguna, como cirujano cardiaco, monta una unidad de vigilancia intensiva en la habitación de Eduardo, porque éste no quiere verse entubado en un hospital. Hay que ponerle suero y fijan un clavo en la pared. Cuando no lo necesita, Eduardo, que mantiene su dignidad, pide que lo cubran con un cuadro. Blanca llama a Lirio para comunicarle cómo está Eduardo, que ha preguntado en varias ocasiones por él. Lirio se traslada a Augusto Figueroa para hacerle una visita, pero se queda. Vuelve el trío y el círculo se cierra. Lirio echa una mano en las necesidades más inmediatas, como cambiar la botella de suero o atender sus peticiones.

últimos momentos
Eduardo empieza a demenciarse, sufre una atrofia cerebral difusa, producto del sida. Laguna se marcha de vacaciones y deja a un colega y amigo encargado del enfermo. La noche del 15 Eduardo está a solas con su madre. Preparado para el tránsito con la serenidad de Sócrates, muy tranquilo, con total lucidez, le dice a Pilar que va a morir. Ella lo niega: “¿Quién te ha dicho eso?”, a lo que le contesta que él lo sabe. Su madre también sabe que va a morir. Cuando se dispone a salir de la habitación para marcharse, Eduardo le dice: “Madre, te quiero mucho. No se lo digas a ellos”. Pilar, sobrecogida, no se atreve a preguntarle quiénes son “ellos”. Mientras espera la llamada de Marina al telefonillo para recogerla en el portal, llega la enfermera que cuida de Eduardo durante la noche. Al poco tiempo ésta sale de la habitación, donde también se encuentra Blanca, y se despide porque asegura no tener ya nada que hacer allí. A Pilar le chocan, le extrañan ciertos movimientos. El amigo de Blanca que vive en casa acompaña a Pilar hasta el portal. Es medianoche. A Eduardo le suministran toda la morfina que hay en la casa. Llenan la jeringuilla con todas las ampollas y le inyectan la chuta.

El moribundo entra en coma estable porque la dosis de morfina no es suficiente, se queda corta. Alarmados, sus acompañantes hacen venir al médico sustituto. Le explican que han cumplido la voluntad del enfermo y el facultativo le inyecta una sobredosis de cloruro potásico. A las dos de la madrugada del día 16, cuando ya Blanca y Lirio han salido, Eduardo Haro Tecglen telefonea a Pilar Yvars desde Augusto Figueroa: “Ya ha ocurrido”. Se hace un silencio interminable y Haro articula: “¿Estás ahí? ¿Estás ahí?”. Pilar responde y él le dice que no se moleste en ir al domicilio, que están al llegar los de la funeraria y que espere a la mañana para ir al tanatorio. Escribe Haro: “cómo me entró el respeto por su figura [...] Nos quedamos solos muerto y yo [sic], en la habitación: vinieron los trabajadores a quienes llamamos y entre ellos y yo doblamos el cuerpo, lo ajustamos a la funda plateada, a la forma del ascensor”. Eugenio recoge a su madre para acompañarla y en ese momento llaman de una radio para que algún familiar hable del poeta difunto. Atiende Eugenio el teléfono y luego se marchan, pero antes pasan por su casa. Allí reciben otra llamada del padre para comunicar que Paloma acaba de tener un niño, por lo que deciden ir antes al Hospital Clínico San Carlos. Su hermana acaba de parir por cesárea un bebé prematuro. Cuando, a través del cristal, Paloma ve los rostros de su madre y su hermano que denotan tragedia, les hace un gesto con la mano para que se marchen. Ella intuye lo sucedido. [...]

Millonario en anéctotas y desatinos
Al poco tiempo de conocer a Blanca, Eduardo, hablando del futuro, le dijo: “Yo sé que voy a morir a los cuarenta años”. La vida de Eduardo Haro Ibars, millonaria en anécdotas y desatinos, tiene todos los ingredientes para convertirlo en un mito: su muerte temprana, su bisexualidad, su automarginación plena de romanticismo... Las experiencias, las peripecias personales a veces insólitas, son uno de los atractivos de quien buscó la pasión y el vértigo por la aventura. Pero esas experiencias pueden ser desfiguradas respecto a la realidad y convertirse en leyenda. Muchos de los hechos que he escuchado a lo largo de seis años tenían más de fábula que de verdad. Oí toda clase de leyendas feroces, tremendas, irreproducibles. Algunos de esos recuerdos eran poco fiables, a veces estaban deformados. [...]

El 4 de abril de 1996 muere Blanca Uría Meruéndano. Le sobrevivió lo que pudo, pero era algo esperado porque estaba infectada de lo mismo que Eduardo: del sida. También murieron Cucha Salazar, David Fernández Miró, Sonia Kowarich Alonso, Concha, “la Vieja”, Sergio Víctor Izaguirre, Pepe Risi y J. Antonio Martín (de Burning), Popi Gabito, Tere Aldanondo, Teresa López Artiga, Jesús Ruiz Real, Rafael Aracil, Pablo Fernández Flórez...

Lo que queda de Eduardo es su obra publicada y muchos escritos inéditos, decenas de cuadernos dispersos por las casas de amigos o conocidos, porque el poeta escribió enfermizamente. Pero sobre todo Eduardo Haro Ibars escribió su vida en la calle -donde escandalizó porque nunca le gustó la realidad-, porque la literatura no sólo es un oficio, sino una forma de vida. Eduardo se comprometió con la vida y con la literatura, sufrió y escribió desde el sufrimiento. Vivió con heroísmo el dolor -qué sería de nuestra supervivencia sin el dolor, que nos avisa del peligro y ayuda a evitarlo- y escribió. 

Supervivientes de una época desolada
Del tiempo de Haro Ibars quedan algunos sobrevivientes: Diego Galán, que arrastra una cinefilia incurable; Mariano Antolín Rato y María Calonje, apartados en el sur y sumergidos en el zen, la literatura y la jardinería; Miguel ángel Arenas, en tierras alicantinas, padre de familia y respetado pequeño empresario; Mario Pacheco al frente de Nuevos Medios, a vueltas con el nuevo flamenco; Leopoldo María Panero de náufrago inmortal; Haro Tecglen, que perdura y reclama las ideas de su hijo como no lo hizo en vida de éste -“Está hoy en las columnas haciendo lo que le hubiera gustado que hubiese hecho Haro Ibars. Está siendo su hijo. Un fenómeno freudiano. Está tratando de justificar, de darle un sentido, a la vida caótica de su hijo [...] No lo va a decir nunca pero es así. Es hermético y muy listo. Está haciendo una forma de periodismo que es la que él cree que le hubiera gustado a Haro Ibars. Está tratando de legalizarlo”, dice Umbral demoledoramente-; de Villena, perseverante en la literatura, escribió 
Madrid ha muerto, donde Haro Ibars aparece convertido en personaje de novela. Novela sobre la movida de la que ya nada queda. Como de Tánger, hoy una sombra de lo que fue, una ciudad peligrosa, de vida oscura, de negocios ilegales, de vagabundeo, de ladrones de poca monta. Un tiempo del que apenas quedan las cenizas y poco más.
 

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